martes, mayo 01, 2012

Deconstruyendo a Cristina: Populismo contra democracia liberal

“Había legalidad, pero no había legitimidad”, dijo la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, para justificar la expropiación de la petrolera YPF. Nadie ha logrado resumir en tan pocas palabras el populismo como hipertrofia de la democracia, y nadie ha conseguido cerciorarnos tanto de que Argentina puede ser una democracia, pero no una democracia liberal, en la que el principio mayoritario se contrapesa con la separación de poderes, la independencia judicial y el respeto al pluralismo político y a las minorías. Con inusitada oportunidad, la revista Letras Libres publica en su número de abril un dossier sobre el populismo, en el que se recogen tres de las ponencias presentadas durante un seminario celebrado el pasado mes de febrero en la Universidad de Princeton bajo la coordinación del profesor Jan-Werner Müller: “En torno al populismo”, por Enrique Krauze; “Reflexiones sobre un concepto y su uso”, por Cas Mudde; y “Sobre la distinción entre democracia y populismo”, por John P. McCormick. Permítasenos destacar la explicación de Cas Mudde sobre el populismo como hipertrofia de la democracia (y como reacción contra la democracia liberal):

“Teóricamente, el populismo no es antidemocrático; acepta la soberanía popular y el gobierno de la mayoría. Es, sin embargo, contrario a la democracia liberal: el hecho de que muchos autores empleen la palabra democracia para hablar de la democracia liberal puede explicar el predominio de las evaluaciones negativas del populismo. El populismo es esencialmente contrario a la democracia liberal porque se opone al principio del pluralismo y a la práctica de la concesión. Es una ideología monista, que considera “el pueblo” y “la élite” algo homogéneo y carente de divisiones. Por eso, se opone fundamentalmente al pluralismo y percibe los derechos de las minorías como “intereses especiales” de “la élite” que (en un mundo que funciona como un juego de suma cero) se imponen a expensas del “pueblo”. Por eso, también rechaza la política de la concesión: cree que existe una voluntad general de (todo) el pueblo, y defiende que la política puede y debería beneficiar a todo el pueblo. Además, como se basa esencialmente en una divisoria moral, dentro del populismo las concesiones significan que “los puros” son manchados por “los corruptos”, lo que produce la corrupción de “los puros”.

En la práctica, los populistas han fortalecido el sistema democrático en su país (como Morales en Bolivia) y también lo han destruido (como Fujimori en Perú). En línea con la relación teórica, los populistas tienden a apoyar y fortalecer aspectos de la soberanía popular y el gobierno de la mayoría: por ejemplo incluyendo a grupos previamente excluidos o marginalizados y apoyando o empleando instrumentos políticos plebiscitarios como referendos o iniciativas populares. Al mismo tiempo, tienden a tener dificultades a la hora de proteger a las minorías o de crear contrapesos a los poderes del ejecutivo: se acusa a esos contrapesos de socavar la voluntad de la mayoría (o “voluntad general”). Desde Berlusconi en Italia hasta Chávez en Venezuela, los populistas han atacado los tribunales cada vez que estos se oponían a sus medidas, reprochándoles ser voces de una élite corrupta y opuesta a la vox populi (la voz del pueblo): es decir, a los populistas. Pero, aunque pueden impulsar una extrema forma de gobierno de la mayoría organizado en torno a un ejecutivo dominante, pocas veces han buscado el fin de la democracia como tal (es decir, de la soberanía popular y el gobierno de la mayoría).”

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